19.9.2013

Nuevos paradigmas en educación, ciudad y arquitectura

La arquitectura ha dado un vuelco en sus objetivos en esta última década y lo ha hecho de un modo irreversible. El panorama del siglo XXI ha cambiado muchas de las cuestiones que creíamos asentadas en el siglo pasado.

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La figura del arquitecto, lo que éste ha sido capaz de construir, el modo en que se ha producido su enseñanza y como los ciudadanos han revolucionado lo que para ellos era su derecho a decidir sobre su habitat y su uso, parece un camino sin retorno en las relaciones de la arquitectura y la ciudad.

En esta década podemos ver ya cómo el oficio del arquitecto ha pasado en Occidente a ser, no tanto el de alguien cuyo trabajo está orientado a la consecución de su propia gloria, como a entenderse, con suerte, como un trabajador más, gracias a su condición de técnico y no tanto a la de productor de formas novedosas. Aun a pesar de que el arquitecto mediático sigue acaparando atención por parte de las grandes corporaciones mundiales como estrategia puramente comercial, su éxito fundado en la técnica informática capaz de trasladar formas espectaculares a la realidad construida, se ha popularizado de tal modo que cualquier estudiante medianamente diestro, con el ordenador de su casa puede producir, por sí mismo, idéntica exhuberancia.

El arquitecto como personaje de relevancia pública aparece en el Renacimiento Italiano y se mantuvo prácticamente inalterado hasta en el pasado siglo XX. Del arquitecto hoy, por el contrario, parece reclamarse un cierto anonimato, o cuanto menos la naturalidad de un técnico que asuma la aspiración de responder a su arte con razones de necesidad.

En este sentido la educación de los arquitectos en este nuevo siglo ha dado un vuelco radical aunque no todos los ámbitos donde se imparte su enseñanza se han percatado. Hoy el acceso a la información posibilitada por el imparable desarrollo de lo digital, ha alterado el papel del profesor como fuente de conocimiento. Sin embargo los enfoques pedagógicos de la mayor parte de las escuelas de arquitectura occidentales permanece enrocadas premiando un tipo de genialidad propia del pasado. Ese desfase donde la enseñanza permanece orientada a la producción de una figura del arquitecto absolutamente fuera de la realidad en lugar de buscar su excelencia técnica y humanista, está periclitada. Sólo las universidades capaces de imbuir en sus estudiantes el compromiso con la ciudad, la técnica y el mejor vivir de sus congéneres, junto con una autonomía intelectual irrenunciable, serán capaces de producir los arquitectos de este nuevo tiempo.

En este entorno de educación, igualmente, no puede pretenderse hablar de futuro sin hacer palpable en sus aulas una situación cultural en que sus estudiantes se alimentan de imágenes a una velocidad que queda lejos de la capacidad de imaginación de las generaciones anteriores. El texto escrito y el acceso a la información que proveían las revistas de arquitectura han quedado desplazadas por páginas, blogs y grupos de opinión en las redes sociales. El cambio radical que implica esto en la enseñanza hace que sólo pueda hablarse ya de una formación de la arquitectura en un entorno mucho mayor que el de la simple universidad. El aula de la enseñanza de la arquitectura está, más que nunca, fuera del aula.

Si en el siglo XIX esa enseñanza del arquitecto fue compartida con la ingeniería hasta su extirpación en forma de escuelas beauxartianas, hoy la disolución de las titulaciones sustituidas por personas que saben hacer arquitectura, independientemente del certificado oficial que cuelgue en la pared de su puesto de trabajo, es un tema de radical actualidad.

Nunca antes en la historia fue posible el acceso al conocimiento de un modo tan universal y gratuito. Los archivos de los mejores arquitectos de la modernidad, el último trabajo de cada rincón del mundo, facsímiles de libros antes sólo accesibles a estudiosos, o las últimas novedades editoriales de los más reputados intelectuales de la arquitectura mundial, están a un clic de ratón. Por contra a esa difusión de la arquitectura y la inmediatez de su acceso, el espacio para su crítica es nulo y la novedad devora, dolorosamente, a lo trascendente. Cualquiera puede ser arquitecto si por eso se entiende sólo un conjunto de conocimientos y no de prácticas. Sin embargo siempre será específico de esta profesión una forma específica de mirar el mundo y un compromiso con una herencia de lo que esa tarea significa.

En este panorama de cambios, algo semejante ha sucedido con las ciudades y el modo en que éstas se gestionan. Los ciudadanos han dejado de ser ya esa mayoría silenciosa que se contentaba con emitir un cheque en blanco cada cuatro años. Millones de ciudadanos reclaman el derecho a decidir cuestiones que antes resultaban impensables. En Europa, ciudadanos se manifiestan y acampan en plazas y espacios públicos para participar en el rumbo de las decisiones de sus políticos. En Oriente, los suyos, ocupan los espacios de convivencia para forzar el elemental derecho a decidir en unas urnas. Esa mayoría de ciudadanos queriendo participar en sus ciudades se produce con una determinación que debiera ser encauzada bajo riesgo de aumentar la creciente fractura entre ciudad y su gobernanza.

En ese contexto donde las cuestiones relativas a la forma y el funcionamiento de la ciudad se han definido desde unos planeamientos emitidos muy lejos de sus futuros usuarios, la revolución digital y el asociacionismo está sirviendo de herramienta cierta para que algunos grupos empiecen a ser tenidos en consideración.

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Arquitectos convertidos en mediadores o facilitadores, ciudadanos, colectivos y algunos políticos con cierta sensibilidad a este cambio de paradigma, forman una nueva amalgama dispuesta a alterar el modo en que la ciudad se generaba en el pasado siglo. A pesar de las expectativas que forjan y aun siendo lentos y en ocasiones improductivos, estos nuevos foros de discusión sobre la ciudad, producen un nuevo sentido de la ciudadanía y una cultura de la participación en sus decisiones que más pronto que tarde harán de las ciudades y de sus ciudadanos algo distinto, aun cuanto sea por un sentido de mera pedagogía mutua.

En el terreno de juego del nuevo cambio de siglo, podemos ver la persistencia de viejos paradigmas, que aunque vigentes, caminan superpuestos a los nuevos sin haber sido eliminados. Nada indica que esto no continúe del mismo modo en las próximas décadas ya que seguramente la auténtica novedad de nuestro tiempo no sea otra que la radical superposición y la heterogeneidad de la vida de la ciudad.

Con todo no ser conscientes de estos cambios nos aleja de la posibilidad como arquitectos de participar en ellos con un grado de libertad del que sacar provecho, no tanto por mera supervivencia, sino como reenfoque de lo que es el tuétano de nuestro verdadero trabajo: la cultura, la ciudad y las personas que en ellas habitan.

Fuente > http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=18636

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