30.4.2004

La obra de Smiljan Radic: defectos de poeta

Universidad Torcuato Di Tella La arquitectura chilena ha obtenido un creciente reconocimiento en los últimos años. Se ha dicho que eso se debe al profesionalismo de sus protagonistas, a su capacidad de seguir las leyes del mercado y a su disciplina intelectual.

Es probable que esto sea así, pero precisamente por eso en ese contexto resulta descollante la figura y la obra de Smiljan Radic. Esa figura y esa obra no nos impactan porque se sujetan a las leyes del mercado o a una disciplina rigurosa; bucean por el contrario en aventuras constructivas insólitas, en procedimientos olvidados o ignorados, en analogías inesperadas, no articuladas por la ley sino por un tipo de compromiso que deberíamos identificar mas bien como existencial, inefable e incómodo.

En uno de sus aforismos el poeta Vicente Huidobro proponía: Desarrolla tus defectos, que son acaso lo más interesante de tu persona, y creo que eso puede aplicarse a esa obra y a esa figura. En una primera definición defecto es la carencia de las cualidades propias de una cosa. Mas precisa me parece la segunda, esto es, que consiste en una imperfección natural o moral. El defecto no es solo una ausencia, es mas bien una presencia inquietante en relación con la conformación esperada de la cosa: el pliegue que desfigura un rostro, el cruce de fibras que no obedece a la ley del tejido, la mancha involuntaria en la cocción del tazón de cerámica, el desajuste en el ritmo del motor, la saturación excesiva del rojo en a tele o el desplazamiento no buscado de la matriz de colores de un afiche.
Precisamente por eso el defecto resulta interesante al poeta del creacionismo: el arte no está según el en la repetición de lo dado sino en un acomodamiento nuevo de la materia poética. La obra es en si misma, podríamos agregar nosotros, un defecto de la Creación.

Como también ha sido observado, buena parte de la arquitectura que se realiza actualmente en Chile tiene como mérito -y no es poco en comparación con el patético retraso de otros países de la región- el admitir comparación con lo que se hace en el mundo desarrollado. Radic y su obra son, afortunadamente, excéntricos a ese mundo. Pero no porque se dejan seducir por la falsa diferencia del color local, sino porque mezclan entre si de una manera extraña las piezas de la industria globalizada e incluso ciertas figuras tópicas de las imágenes globalizadas, con usos, materias y prácticas arcaicas o primarias. También Huidobro postulaba en un reportaje de 1924: «Hay una línea imborrable, un abismo insalvable entre el Arte y la Realidad. El artista no debe darnos lo habitual. Debe crear. El poema, como toda obra de arte, es un invento. Sus elementos están dispersos en el espacio. Encontrándolos y uniéndolos en el tiempo, se crea el poema.»

Los elementos de la arquitectura de Radic no son como las palabras del poeta. A diferencia de ellas no están en el espacio sino que pertenecen a la costra material del planeta. Son madera, cobre, hierro, e incluso el barro mas elemental. El defecto de Radic en relación con el cuerpo normal que se identifica como la arquitectura contemporánea es que esa costra material aparece en su obra con toda la fuerza que es capaz de imprimirle el atraso de su país. Mercado solo en parte, porque también incluye lugares, sistemas y gentes remotas. La sofisticación globalizada junto a la «mancha involuntaria», junto al defecto, de tratos poblanos.
Frente a la materialidad aparente de las superficies de la arquitectura globalizada, frente a las tersas transparencias, las mejores arquitecturas de Radic -antiguas en este sentido- son mas bien opacas, presentan espesores, texturas, encuentros imperfectos, rebordes.
En este sentido no puede dejar de hacernos pensar en el otro gran poeta de Chile y su desmesurada pasión por el «pequeño» mundo sublunar. Las Odas de Neruda están saturadas de las vibraciones que es capaz de generarnos ese mundo de la mera existencia. Ay -suspira- cuántas/ cosas/ puras/ ha construido/ el hombre:/ de lana,/ de madera,/ de cristal,/ de cordeles,/ mesas/ maravillosas,/ navíos, escaleras.
No hago estas menciones por azar. Chile es uno de los pocos países que conozco en cuyo aeropuerto internacional las tiendas de souvenirs venden pequeños bustos de un poeta. La poesía está en los chilenos mas humildes, como lo pude comprobar una mañana inolvidable hace ya varios años. Como parte de una experiencia organizada por la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Santiago habíamos ido a la tumba de Vicente Huidobro en una colina de Cartagena. Allí, con una magnífica vista del Océano Pacífico alguien leyó los versos del «monumento al mar» escrito por el poeta. Unos chicos de una pobrísima callampa cercana nos rodeaban. En mi país la escena hubiera supuesto risas contenidas y, probablemente, al finalizar la lectura, sobradores comentarios sobre nuestra ceremonia. Los chicos de Cartagena en cambio querían escuchar otro poema.

Es poética y no disciplinada la manera en que Radic se ocupa de sus arquitecturas. Y esa actitud no solamente no se origina en su adscripción al profesionalismo y al mercado sino que tampoco proviene exclusivamente de la especial cultura a la que pertenece. Por encima de las convulsiones sociales y políticas que atravesaron al país en los años sesenta y setenta, en Chile se organizaron islas de experimentación de la arquitectura, y una en particular que ha dejado una huella profunda en sus figuras mas sensibles. Me refiero obviamente a la llamada «Escuela de Valparaiso» liderada por Alberto Cruz. La Escuela de Valparaiso, cuya «Ciudad Abierta» es su creación mas universalmente celebrada, se ha basado precisamente en una articulación entre poetas, artistas y arquitectos. Una articulación que, con la protección de la Iglesia Católica -debe recordarse- sobrevivió a agitados revolucionarios y a implacables dictadores gracias justamente a su desarrollarse «mas allá» de las contiendas que desvastaban a sus conciudadanos.

La chispa de la encendida búsqueda existencial, poética y excéntrica de la EV ha encendido la sustancia distinta de algunos arquitectos chilenos contemporáneos. En Radic esa luz es mas que evidente. Pero lo es de una manera superadora: la suya no es una «fuga» lisa y llana del torbellino metropolitano, como podría inferirse de la afortunada difusión como pieza aislada que ha tenido su «ampliación de la casa del carbonero». (E incluso no habría que dejar de observar en ese caso la forzadura (el defecto) de su versión de la esfera completa en relación con el originario iglú de tierra). Piénsese en la cabaña en el bosque de Chiloé, en el tremendo esfuerzo realizado para insertar en el medio da la naturaleza una sofisticada pieza urbana e industrial. Adviértase el bricque a bracque maquinista del parador urbano (y al mismo tiempo la irónica analogía con un rayador de cocina).

El valor mas potente que advierto en la obra de Radic es que, defectuosa, no se instala en la pacificada aceptación de las composiciones elegantes, de los juegos cultos, de los guiños a las formas a la moda. Además de hablar del mundo global y simultáneamente de sus lugares y su gente, esta obra es capaz de dejar latente una inquietud y unos enigmas que se hacen cargo de la memoria. Esa inquietud, esa condición defectuosa, nos impiden ignorar que por debajo de alguna deliciosa armonía presente no dejan de escucharse los ruidos, a veces atroces, de la Historia.

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