24.3.2011

La arquitectura de la red social

Cada vez más proyectistas trabajan desde colectivos compartiendo ideas para construir para quienes no tienen. La cesión temporal de los terrenos, el reciclaje y la información son las claves. Sus proyectos utópicos están cambiando la realidad. ¿Qué sucede cuando algunos arquitectos se convierten en constructores sin ánimo, ni posibilidad, de lucro? ¿Cuándo se implican en las necesidades más básicas de la sociedad y pasan de los planos a la construcción?

El espectro de una arquitectura levantada con los restos que nadie quiere recorre España. Y, a través de las cesiones temporales de unos pocos propietarios, las donaciones de algunas empresas, la voluntad de diálogo de varios ayuntamientos y el trabajo poco o nada remunerado de un montón de jóvenes, se reproduce por todo el país. Lo impulsan colectivos como el sevillano recetasurbanas.net, el barcelonés straddle3.net, el tarraconense caldodecultivo.com o el zaragozano estonoesunsolar.com, que han hecho brotar del vacío legal y la cesión temporal de solares una arquitectura optimista que cambia las reglas del juego.

«En lugar de buscar clientes, el arquitecto debe buscar situaciones donde existan urgencias sociales», dice José María Galán Conde

A estos arquitectos no les interesa ni estar al margen ni ser cómplices del sistema. Demuestran que se puede protestar sin destrozar.

Solares vacíos, construcciones temporales, participación ciudadana, planes de empleo y una nueva lógica están detrás de Park-a-Part (169 euros por metro cuadrado), un edificio que el colectivo Straddle3 levantó en Arbúcies (Girona), reciclando tres contenedores y que funciona como local social, taller de danza y estudio de arquitectura. «Intentamos aplicar conceptos de la ecología y los sistemas abiertos a la arquitectura y el urbanismo. Buscamos renovar el concepto de espacio público en dominio público» explican. Allí, arquitectos, ingenieros, paisajistas y obreros se toman el trabajo como «oportunidades para el aprendizaje y la cooperación». Más allá de diseñar (la mayoría de las veces no hay tiempo para dibujar planos), se responsabilizan de la construcción de los proyectos. Pertenecen a una red social que reúne en España a 50 colectivos con una ideología dispuesta a poner los medios para llegar a ver un cambio en las ciudades.

Con edificios como el de Arbúcies, el Alg-a-lab en Barrocas (Vigo) (107,70 euros/ m2, frente a los 700 euros/m2 de media en las viviendas de protección oficial), o el Niu, envuelto en ramas para el Centro de Arte Contemporáneo Bòlit, en Girona (308,35 euros/m2), lo que hacen es cada vez más visible. Y por eso resulta más inquietante saber de qué viven. «De la docencia, de pequeñas partidas de cultura, de trabajos profesionales… Cada colectivo explota una o varias opciones», explica Santiago Cirugeda, de Recetas Urbanas.

Otro arquitecto, David Juárez Latimer-Knowles, de Straddle3, añade que asumieron pronto que debían acostumbrase «a vivir con poco, y que eso nos daba margen para combinar trabajos de arquitectura con otras acciones que nos interesan personal o colectivamente, aunque nos dejasen bien poco en el plato». Juárez reconoce que ha sido duro, «pero que al final la relación compleja entre trabajos y remuneración se va enredando y enriqueciendo cada vez más». También Cirugeda admite que «se gana poco dinero. Siempre estamos buscando recursos y a menudo compartimos los proyectos que nos ofrecen para repartir presupuestos y, por supuesto, responsabilidad, autoría y cervecitas».

Cervecitas. La sintonía y el buen rollo es tan fundamental como la ideología para que funcione un colectivo. Hace 15 años, Cirugeda inició en Sevilla su batalla por cambiar las ciudades. Estudió la normativa y averiguó la manera de aprovechar los vacíos legales para que otro tipo de arquitectura pudiera levantar la cabeza. Existían precedentes. Corrían los últimos años sesenta cuando el arquitecto inglés Cedric Price -de cuyas ideas bebieron Rogers y Piano para levantar el Pompidou- sustituyó los planos por el montaje in situ. Y reconoció que el usuario debía participar en la arquitectura de manera creativa. Sin embargo, nunca se había llegado tan lejos. Ha sido Internet el medio que ha permitido correr la voz y ha acercado la experiencia, el conocimiento y las ideas de los grupos que existen sumando sus fuerzas. Lo llaman arquitectura de código abierto porque no cobra derechos de autor.

Así, participación frente a autoría individual es una de las señas de identidad de los trabajos de estos grupos que bucean en un oasis al margen de las reglas habituales de la arquitectura y abandonan el campo tradicional de la profesión para explorar terrenos desconocidos de su oficio. «En lugar de buscar clientes, el arquitecto debe buscar situaciones donde existan urgencias sociales», explica el proyectista José María Galán Conde. También Paula V. Álvarez, que ha publicado el libro Camiones, contenedores, colectivos (www.edicionesvibok.net), un «archivo aprovechable por todos», señala que no pretende tanto documentar los trabajos como ponerlos al alcance de cualquiera «como manual de arquitecturas de código abierto».

Ese libro es importante. Retrata el proceso mediante el cual de un grano se pasa a un racimo. Y explica cómo el racimo se conecta. Fue Santiago Cirugeda quien, tras una conferencia en Zaragoza, supo que desmantelaban el asentamiento de una población gitana (realojada en viviendas de protección oficial). Iban a llevar al desguace 42 módulos prefabricados. El arquitecto inició las gestiones para ofrecer a asociaciones culturales alguno de los contenedores. El libro explica en qué se transformaron esos módulos (a veces con más de una vida) e ilustra cómo fue un proceso a la altura de los ideales hippies de los setenta, pero más cercano a las necesidades de las personas que a las salas de los museos.

Policarbonato reciclado de una feria de muestras, ramas de los bosques cercanos, contenedores cedidos… Straddle3 levantó su Park-a-Part íntegramente a partir de reciclaje de materiales de desecho. Un vecino, Fran Casadesús, cedió temporalmente el suelo. El primer verano funcionó como local de fiestas. En invierno es un almacén, pero cuando regresa el buen tiempo pasa a ser lugar de trabajo.

Cada vez hay más historias similares repartidas por otras provincias. Y por otros países. Fue un plan de empleo municipal lo que convirtió una veintena de solares de Zaragoza en parques, huertos y canchas deportivas en menos de dos años. Los arquitectos Patrizia di Monte e Ignacio Grávalos, de Estonoesunsolar, presentaron el proyecto. Se trataba de cambiar la cara de los terrenos vallados aprovechando la obligación legal de los propietarios de mantenerlos aseados. Con el dinero de su limpieza y el compromiso de ceder una ocupación transitoria, un grupo de 50 desempleados capitaneados por Patrizia los convertirían en zonas de ocio. La arquitecta se tornó empresaria. Contrataba a trabajadores, organizaba charlas con los vecinos, supervisaba las obras y diseñaba «sin planos» -especifica mientras visitamos el parque de San José, pensado para que enfermos de Alzheimer convivan con niños de una guardería vecina.

En 2009 inauguraron en el casco histórico una decena de parques por un millón de euros (700.000 euros, para los sueldos de los 50 trabajadores, antes en el paro). El año pasado manejaron casi el doble de dinero: 1.840.000 euros para levantar espacios públicos en el resto de Zaragoza. A principios de marzo, el alcalde, Juan Alberto Belloch, inauguró la playa-parque Vadorrey, junto al río Ebro.

Los proyectos se reciclan en nuevos edificios. Pero no todo ha sido una fiesta. En el verano de 2009, un acto vandálico quemó Künstainer, levantado en Tarragona por el colectivo Caldodecultivo. Llevaba meses cerrado por falta de permiso para iniciar su actividad. «Si hubiera estado en funcionamiento, no lo habrían incendiado», se lamenta el arquitecto Unai Reglero. Sin embargo, y a pesar de tantos problemas, la arquitectura colectiva se expande.

Cirugeda está convencido de que el futuro está en la cooperación internacional: «Aunque necesita más cuidado que la local, ya que hay muchas suspicacias en algunos de los países». Él reconoce que la distancia obliga a cuidar la comunicación digital. Es cierto que tanto Recetas Urbanas como Straddle3 han levantado centros culturales en Saltillo (México) y que con los colectivos Todo por la Praxis, La Creactiva y Club de Alterne han inaugurado canchas deportivas en Bogotá, pero ¿creen posible poder hacer lo mismo que en España en países con grupos de poder (oficial y no oficial) con tradición, digamos, poco democrática? «Colaboramos en procesos ya activos, donde los protagonistas son los grupos locales», responde. «Es cierto que los agentes son más complejos e incluso usan herramientas -que no podemos citar- que pueden hacer peligrar nuestra integridad física, pero creo que allí está el futuro: hoy somos 50 colectivos en España. Y hay 11 en Latinoamérica.

Hacer accesible la vivienda era el compromiso de los arquitectos de la modernidad. Recuperar espacios para los ciudadanos parece el objetivo de los colectivos de arquitectos. El centenar de proyectos desarrollados desde vacíos legales y huecos urbanos no es solo un comentario crítico. Son espacios públicos en uso. A estos grupos no les interesa ni estar al margen del sistema ni ser cómplices del mismo. Se preguntan si con su trabajo es posible confrontar el sistema desde dentro. Demuestran que se puede protestar sin destrozar. Y que la pataleta puede convertirse en una oportunidad para que nuevos proyectistas aprendan a construir de otra manera y las ciudades ganen espacio público para los ciudadanos. El deseo es poner remedio a lo que no funciona, y la voluntad, volver a pensar la arquitectura desde la vida cotidiana y las necesidades reales de los ciudadanos.

www.colectivosenlared.org
www.arquitecturascolectivas.net

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Por Anatxu Zabalbeascoa
Publicado en El País Semanal el 20/03/2011

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