23.4.2014

La arquitectura amenazada

“Romperé todos los partenones por la noche y los levantaré por la mañana”, decía Oiza reinterpretando a Lorca. Tras esa cita hablar de lo que está por suceder con algunas obras emblemáticas en tantas ciudades, es un ejercicio de puro optimismo.

La arquitectura amenazada

Tal vez no sea posible la verdadera construcción de la ciudad sin la incesante destrucción del pasado. Tenga o no valor ese pasado. Construya o no la huella de los hombres. La reciente desaparición de la obra de Miralles en Madrid en el otrora local del Círculo de Lectores, la amenaza de demolición de la deteriorada pero valiosa fábrica Clesa, de Alejandro de la Sota (1), sumados a casos ya memorables como fue la Pagoda, (los laboratorios farmacéuticos Jorba), de Miguel Fisac, y tantos y tantos otros, son un rosario incesante de ejemplos en que el patrimonio de la arquitectura se desangra.

No es una cuestión exclusiva de una ciudad. La demolición inminente de la obra de los Smithson, las viviendas de los Robin Hood Gardens (2), o la destrucción del patrimonio arquitectónico de tantas ciudades, hacen de este problema uno de los más acuciantes por resolver en la ciudad actual. Casi por delante a lo que en verdad significa su desarrollo como organismo complejo. Si la ciudad es el depósito de la memoria, su pérdida es un ataque frontal a lo que lo que esa memoria significa.

No es ni será la última vez que la arquitectura sufra la agresión de la pala escavadora, la especulación o la ineptitud. Algo tremendamente doloroso tiene la desaparición de esas obras y lo tiene tanto más por la calidad de lo que sobre sus ruinas crece y crecerá. Es en el momento de la nueva construcción cuando verdaderamente se consuma la pérdida. Es entonces cuando la incapacidad de mejorar lo demolido muestra a las claras esa nostalgia de lo que fue. Por ello sobre los hombros de los encargados de erigir esas nuevas construcciones recae la responsabilidad de mejora de un lugar donde antes latía, no solo el talento de arquitectos de talla, sino un patrimonio que habían de heredar generaciones. Sin levantar por la mañana un partenón, de poco provecho resulta haber acabado la noche anterior con los existentes.

La arquitectura amenazada

El caso es que bajo el acto de mirar el patrimonio con cautela no puede verse ya una llamada al puro conservacionismo, sino más bien una defensa de algo que cabe llamar “ecología urbana” en un sentido profundo. Musealizar la ciudad es tan nefasto como su desprejuiciado derribo. La conservación del patrimonio es una condena tan destructiva como su irreflexiva destrucción, porque impide la vitalidad y el desarrollo futuro. Ninguna catedral gótica habría sido erigida sin el arrojo de los hombres de su tiempo, del mismo modo que sin el arrojo al suelo de lo anteriormente edificado. En el punto intermedio se encuentra por tanto una visión más ambiciosa y de mayor hondura. Tal vez por ello el sobrecoste imprescindible que ha de cargarse sobre quien trate de demoler una obra de valor es, como poco, documentarla hasta el extremo, si no para preservar su memoria, al menos para despertar la consciencia sobre aquello que se va a destruir.

Hoy más que nunca las ciudades son llamadas a la preservación de su patrimonio. La puesta en valor reverencial tampoco parece ya una solución razonable: “Invariablemente, la decisión primordial es dejar intacto lo original; lo que antes era residual se declara la nueva esencia, el foco de la intervención.(…) las antiguas técnicas constructivas se resucitan y se afinan con una brillantez irrelevante, las canteras se reabren para extraer la `misma´ piedra, y los nombres de donantes indiscretos se cincelan llamativamente en la más inocente tipografía”(3). Koolhaas ha hecho ver en el patrimonio el principal punto de la globalización y de la ciudad genérica. La ciudad vende su pasado como reclamo turístico, sin embargo todo ese patrimonio acaba resultando algo indiferenciado y falto de valor.

La protección del patrimonio por medio de la normativa es la opción que se reclama como medida de gracia casi con la misma intensidad que se solicita el indulto para un condenado. Sin embargo para la conservación de la arquitectura nada se ha inventado mejor que su uso. Las antiguas construcciones han pervivido en la historia generalmente más que por un valor intangible, por el empleo que de ellas han hecho las sucesivas generaciones. El purismo de la conservación de la obra original lucha contra la eficacia de un uso imperfecto pero cierto para su pervivencia.

Así las cosas esta paulatina desaparición del patrimonio resulta una sangría imparable. Confiar simplemente en la grandeza de lo que vendrá es una esperanza infundadamente optimista; no reformar y afinar un catálogo de obras a conservar, una irresponsabilidad; admitir la demolición sin plantear la posibilidad de un nuevo uso, es dilapidar una herencia sin contemplaciones.

(1) a este respecto veasé http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/03/05/madrid/1394053700_632420.html
(2)  la demolición de esta obra de los Smithson puede verse en varias páginas y foros, http://www.plataformaarquitectura.cl/2009/05/22/demolicion-de-robin-hood-gardens-peter-alison-smithson/
(3) KOOLHAAS, Rem, (2002), “Junkspace”, October, número 100 (06/2002), pp. 175-190, ahora en, (2007), “Espacio Basura”, Barcelona, Gustavo Gili, pp. 33-35

Fuente > http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=22508

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