29.11.2013

Criticofobia

Con cierta insistencia – dada mi tendencia a centrar mi punto de vista en exponer falacias y debilidades en los discursos de ciertos personajes que comúnmente se aceptan, bien de manera obediente o bien a causa de cierta pereza o vacilaciones temerosas para ahondar en esas debilidades- suelo encontrarme en debates y en conversaciones más o menos formales ante la afirmación o pregunta de si la actividad crítica no debería ceñirse solamente al ámbito de lo propositivo, de lo positivo.

ARQA - Criticofobia
Esta cuestión sobre la vertiente provechosa de la crítica era uno de los temas que aparecía durante el diálogo con Josep Lluís Mateo (aquí publicado recientemente). En él, Mateo opinaba que el sentido de la actividad crítica en este momento radicaba en invertir energías en poner en el foco y apostar por propuestas capaces de proponer algo renovador, constructivo, considerando que el modo más eficaz de negativizar algo era ignorarlo y así, mediante la indiferencia, contribuir a dejarlo morir o pudrirse por sí mismo.

Pese al cierto grado de desacuerdo que guardo respecto a ella -y al riesgo, que he debatido en otra parte con Mateo, sobre los peligros de la delgada línea que separa el lado desde el que un crítico propone por genuina convicción de aquel contrario donde está aquel otro crítico que en realidad pareciera ejercer de road-manager, jefe de prensa o hagiógrafo y que pone en valor y difunde nombres, individuos y personalismos(sin ser esto una novedad, se está transformando en el modo más común de ejercer algo que es incuestionablemente entendido como «crítica»), en lugar de ideas y propuestas que permitan comprender y dialogar de manera diversa y compleja el estado de la situación-, la de Mateo es una postura con la que de fondo concuerdo más que con esa otra que a menudo suele plantearme que la crítica debe únicamente dar cabida a temas y componentes dotados de cierto carácter elevado, excelso, profundo y mantenerse absolutamente alejada (o preservada) de cualquier elemento o referencia a lo vulgar y mundano.

Una posición esta última con la que discrepo más esencialmente por cuanto creo que concibe el ejercicio de la opinión crítica como una tarea elitista, únicamente entregada a la puesta en valor de los trabajos producidos por unos pocos elegidos (intocables sobre su pedestal), generando así un territorio de operación mental que excluye un enorme volumen de los elementos que conforman la realidad y que la estricta vara de medir de un criterio concebido como ortodoxamente intelectual mira por encima del hombro considerándolos vulgares, malsonantes o toscos.

Creo necesario perder el temor reverencial o ciego respeto a las convenciones que impone esa autoridad.

A mi entender, la posición crítica en este momento debe ser una que desafíe y rompa las banalidades preciosísticas de lo asumido y acatado como intelectual/académico (aunque hoy haya una fina linea entre lo comprendido como académico y lo farandulesco y los intereses de lobbies, productos muy diferentes al verdadero trabajo riguroso de pensamiento). En primer lugar porque es preciso poner en evidencia la falta de capacidad de ese posicionamiento para poder manejar todos los componentes que intervienen en la composición del escenario arquitectónico presente – muchos de los cuales no pueden explicarse desde teorías y manierismos academicistas, sino desde los parámetros que rigen otros ámbitos que definen la cultura contemporánea-. Comprender que hoy no son imprescindibles teorías revestidas por la autoridad del intelectualismo (y mucho menos ésas que esencialmente son pedantes juegos retóricos) las que proporcionen el acercamiento real al estado de la arquitectura sino una actitud que, sin rehuir la seriedad y el rigor, esté permanentemente atenta a leer e interpretar, diagnosticar, reflexionar y autocorregirse para mantenerse lo más en activo y abierto posible. Y que en un buen sentido de controversia -no desde gratuidad ni amarillismos- provoque, estimule, anime a cuestionar, replantear, encontrar los propios puntos de vista.

La necesidad de una actitud de resistencia combativa hacia la aceptación por inercia de lo sancionado como establecido, de una confrontación (bien entendida) equivale a admitir y proclamar la existencia de un engaño. Hemos atravesado un cuarto de siglo durante el cual el ejercicio de la crítica –tal y como tradicionalmente había venido siendo comprendido y practicado− se convirtió en la construcción de ficciones intelectuales que no servían como juego o estímulo para el pensamiento, sino que, por lo que parece, eran más bien una conveniente herramienta.

Abordar aquellos temas que suscitan una reacción airada, combativa, tiene como propósito cuestionar un presente construido a base de las imposturas, mitos y mentiras que han sido legitimadas y alentadas por esas ficciones que en modo alguno han sido útiles al pensamiento sino a determinados egos e intereses particulares. Personajes que, si en su momento merecieron credibilidad y ser objeto de atención por la vertiente teórica de su trabajo, hoy gozan de ese estatus de vacas sagradas que les otorga un sistema que parece ignorar deliberadamente hasta qué punto el cuestionable valor de algunos de sus más recientes edificios y postulados debe obligar a preguntarse si aquella dedicación a los vericuetos filosóficos de la disciplina que en su momento estos ejercieron no fue más que la construcción de efectismos para un época de excesiva sublimación de lo intelectualizado.

Aunque, seguramente, la formulación para analizar esa cuestión deba contemplar más de un matiz complejo. Por ejemplo: ¿debe medirse a Eisenman por un legado teórico considerado respetable o por un proyecto como la Ciudad de la Cultura? ¿O cabe pensar que las falacias filósoficas de su producción teórica inspiradas por Deleuze (y que Alain Sokal se tomó el tiempo de desmontar minuciosamente) hayan acabado plasmándose en ese mastodóntico y fracasado complejo arquitectónico? ¿No hay que contemplar la posibilidad de que este descalabro sea la consecuencia de que la conjunción entre arquitectura y estas filosofías no fue convertida más que una pretenciosa paparrucha? ¿Es riguroso quedarse sólo con el Eisenman ortodoxamente académico e ignorar a ese Eisenman del mundo real, dispuesto a articular teorías para justificar el complacer a clientes poderosos que acuden a él diciéndole «queremos un ‘Eisenman’, háganos uno» cuando una objetiva mirada retrospectiva erosiona toda la credibilidad de este pensamiento basada en hipótesis artificiosas o verdades a medias que quisimos, o nos hicieron, creer como dogma?

¿O pasar a validar demasiadas cosas apoyándonos en la idea de que muchos pobres arquitectos no han sido más que unas víctimas de las ideas foucaltianas relativas al poder, tal como planteaba recientemente Penny Smith (docente en la Escuela de Arquitectura Scott Sutherland de la Universidad de Aberdeen), por el mero hecho de que tal argumento otorga una cómoda coartada para seguir manteniendo en el reino de «lo intelectual» a demasiadas acciones que hallarían un razonamiento más coherente asumiéndolas sin más retóricas ni hipocresías como reprobables manifestaciones de los defectos y bajezas humanas?

Creo que una tarea de reflexión crítica necesaria para este momento es señalar y analizar a fondo este tipo de casos y situaciones para recolocar a personajes e ideas en otro tipo de marco, alejado de esas veneraciones justificadas, forzadas. Hay que desacralizar figuras y modos de pensamiento. Derribar el poder de la inercia, de la ausencia del cuestionamiento debida a infundados complejos o temores. Y mantener una energía que evite también caer en el desencanto o una inútil nostalgia (una nostalgia que, a veces, creo que no está muy lejos de ciertos pavores infantiloides, a temer una muerte de los ídolos que parece equivaler a descubrir quiénes son los Reyes Magos). Este posicionamiento no quiere ni nunca querrá ir ni en contra ni en detrimento de la buena arquitectura, sino hacia poder efectuar una lectura clara sin afecciones, deconstruyendo el arquetipo pétreo y autoritario de esas figuras para reflexionar acerca de cuál es el verdadero significado, motivo o función de su importancia o trascendencia.

Es quizá el temor a esa caída de los mitos o cimientos establecidos el que parece empujar a ese cierto purismo que no comprende, o incluso se molesta, ante el planteamiento de analogías entre elementos y personajes de la cultura popular/mediática y determinados hechos y situaciones arquitectónicas presentes tenidos por respetables e intocables. Cuando hago referencia a celebridades o a determinados episodios televisivos del momento no es con el objeto de simplificar temas sino porque creo que el examen de la banalidad no lanza en absoluto resultados banales, sino más bien al contrario.

Me parece fundamental un cierto desprejuicio que no se reprima ante determinadas referencias o contenidos, considerados inferiores o despreciables por un esnobismo-elitismo académico pero que ocupan un considerable espacio en el escenario de cada momento –y no para observarlas desde esa otra intelectualoide perspectiva de frivolidad pop-kitsch, sino desde el reconocimiento de que esos elementos constituyen epifenómenos de un estado general y que cegarse a reconocer esas evidencias es ver sesgadamente la realidad. La comprensión y disección de esos fenómenos es pertinente, ya que por su naturaleza tienen un gran calado en las dinámicas de la imaginería de consumo actual en la arquitectura. Desmenuzar la estructura que sustenta la existencia y desarrollo de personajes como Justin Bieber o Lady Gaga permite descubrir similitudes con modos y acciones que no están tan lejos de los modos y acciones de determinados fenómenos arquitectónicos actuales, y cuya sustancia y peso sean seguramente los mismos: productos de un mismo zeitgeist.

E insisto: la intención de esta aproximación no es simplificar facilistamente, ni denostar, ni satanizar o moralizar (marcando bandos de «arquitectos buenos» o «arquitectos malos») sino buscar modos de afrontar con la mayor franqueza posible la disección de un momento incierto, tanto en lo concerniente a lo material como a lo intelectual de la arquitectura.

Es interesante comprobar cómo los reproches acerca de la simplificación del discurso acostumbran a proceder de aquéllos que, más o menos conscientemente, sostienen las reglas del establishment −acostumbrados a asumir que un lenguaje críptico, enrevesado, cargado de retórica y citas eruditas confiere a cualquier discurso de respetabilidad autoridad y credibilidad intelectual− nunca rebaten dicha simplificación mediante argumentos concisos y claros, ni intelectualmente autónomos. Se la desdeña pero nunca se le rebate con argumentos cabales, de la misma intención directa, y que nutran a la motivación esencial, que es la de generar estructuras para el debate, apuntar temas reales que precisan reflexión y construcción. Hay que aprovechar la energía positiva del antagonismo.

La voluntad de ahondar en el de qué hablamos cuando hablamos de crítica la ha instigado también la reciente serie de comentarios relativos a la muerte de la crítica emitidos por algunos renombrados ocupantes de espacios de poder, convirtiendo este supuesto deceso o desprecio hacia la actividad crítica en una especie de nuevo eslogan que, al proceder de muchos que años atrás se esforzaron en distinguir por la inescrutable profundidad del contenido intelectual (o eso parecía) de aquellos discursos suyos que a veces llegaban a bordear lo críptico, causa una particular indignación.

Evidencia la realidad de esa impostura intelectual, de cómo muchos cuya preclara concepción arquitectónica era incuestionablemente respetada -dado el importante peso de su aparente componente filosófico y la incesante sucesión de referencias a intelectuales en su discurso− no estaban haciendo sino un manejo interesado (y cabe autorizarse a suponer que totalmente cuestionable) de un material intelectual que rechazaban o alteraban a su conveniencia, en modo alguno según los flujos de la evolución personal.

Esto no significa que hayan abandonado su pose. Siguen usándola para rechazar la crítica y para seguir dictaminando. Conformados en la imposibilidad de analizar autocríticamente su propia trayectoria, ni para admitir que ese periodo de monólogos y peroratas de supuesta alta filosofía ha vaciado a la arquitectura de la posibilidad de consolidar un peso teórico. Basando sus postulados en el cinismo, es evidente que atacarán la posibilidad de cualquier tipo de crítica que les fuerce a frenar la huida hacia adelante.

La arquitectura manejada desde la soberbia, los lobbies de poder, ha mostrado con estas actitudes hacia la idea de la reflexión y la crítica su verdadera cara, que tiene más que ver con el fracaso que con el éxito. Personajes a los que les fue permitido erigirse en dueños de la verdad y ahora siguen reafirmados, impositivamente, en esa postura respecto a sus propios discursos y producción arquitectónica −que sin la posibilidad de crítica quedaron encallados en reiteraciones, giros estilísticos y la pérdida de conexión total con el espíritu del tiempo.

En sus manos, el supuesto elevado conocimiento se transforma en un baluarte y un ariete −que evita y repele la entrada las dudas que pondrían en conflicto mucho de los construido sobre procesos pseudo-intelectuales que alejaban la arquitectura de la realidad. Están demostrando no haber aprendido de sus errores, haberse retirado a refugios donde aún se cree hegemónicos y a salvo. El haberse considerado dueños de la verdad, anulando así la validez o posible valor alternativo de otras posturas, o prestando oídos únicamente a voces complacientes ha hecho mella en el ambiente de la reflexión sobre la arquitectura, dejándola convertida en monólogos vacíos para oyentes obsecuentes.

Construir un territorio crítico, en el que no interfieran pedanterías ni obsecuencias. Una crítica que parta de un constante y exigente auto-examen a nuestro propio pensamiento e ideas, que anule la necesidad de seguir manteniendo y creando personajes y ejes de poder a fuerza de mitificaciones, respetos y veneraciones impuestas. Una acción reflexiva crítica y combativa que accione los pensamientos, alejándonos del conformismo y la docilidad. Abrir diálogos entre contrarios que, en sus tensiones y antagonismos, puedan resultar fructíferos.

Fuente > http://abcblogs.abc.es/fredy-massad/2013/11/28/criticofobia/

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