7.2.2011

Charla con Santiago Carroquino por StepienyBarno

Stepienybarno publica la entrevista que  mantuvo, en exclusiva, con el arquitecto Santiago Carroquino en su propio estudio de Zaragoza. A lo largo de la misma, sus respuestas no dejan lugar a duda de que estamos hablando con un arquitecto que tiene los pies en la tierra, la sensatez por bandera y que, a pesar de su juventud, tiene una interesantísima obra construida.

De hecho, ese mismo día, acompañados gentilmente por Eduardo Almalé, pudimos visitar tres de sus edificios y damos fe de que estamos hablando de arquitectura de primer nivel.

“No creo en una idea unipersonal feliz, sino en una idea feliz que es suma de muchas aportaciones de los miembros de un equipo”

– ¿Podrías contarnos como fueron los comienzos de la carrera?
Sinceramente no sé porque llegué a estudiar arquitectura, como tampoco sé porque algunos de mis amigos de infancia lo son. Si en el momento de escoger estudios hubiese estado viviendo en Zaragoza, probablemente hoy no sería arquitecto. Por suerte entonces vivía en La Coruña donde existía una excelente escuela. Cuando empecé a estudiar la carrera no tenía muy claro que era la arquitectura, pero apreciaba cosas que me interesaban; fui aprendiéndolo en los sucesivos cursos.

– ¿Qué tal recuerdo guardas de esos años?
Para mí un momento importante en la carrera es aquel en el que de repente abres una nueva puerta y descubres lo que buscabas, tal vez sin saberlo. Este momento no me llegó tanto con la asignatura de proyectos sino con la de construcción. En esa época en el departamento de construcción de la ETSA Coruña, estaba gente como Carlos Quintans. Este impartía una asignatura llamada industrialización y prefabricación. Es decir arquitectura de destornillador. Cuando aparece esta materia, aparentemente menor, es cuando entiendo lo qué puede ser la profesión de arquitecto. Más adelante, durante el proyecto final de carrera, que me dirigió Carlos, pude ver con claridad cómo se podía hacer arquitectura. Quintans es una persona que recoge la estela gallega de Alejandro de la Sota y Manuel Gallego. De hecho, cada uno va aprendiendo en el estudio del anterior, produciéndose una transmisión maestro – aprendiz.

“En la escuela se daba mucha importancia a la arquitectura local y el aprendizaje del entorno.”

– ¿Cómo recuerdas el ambiente de la escuela?
La ETSA Coruña es un tanto especial, el propio edificio imprime un carácter diferente. Cuando yo entré era una escuela joven, no estaba masificada y por aquel entonces comenzaban a ejercer como docentes, arquitectos que posteriormente se han revelado como importantes referentes. En la escuela se daba mucha importancia a la arquitectura local y el aprendizaje del entorno. Recuerdo también con agrado la mezcla de cursos y conocimientos. Las evocaciones, realmente, son muy buenas. Por aquel entonces, todos teníamos interés en ver los proyectos de los compañeros, en la creencia de que al compartir ideas siempre se aprende más.

– Y al terminar la carrera te incorporaste al estudio de Basilio Tobías…
Efectivamente. Me apetecía mucho trabajar con él. Al volver a Zaragoza me dediqué a estudiar los arquitectos y las arquitecturas de la ciudad. Reiteradamente vi que los edificios que más me interesaban eran de Basilio, por ello me presenté en su despacho (sin aviso previo), y surgió la posibilidad de trabajar con él. Fue un gran acierto, su arquitectura conectaba muy bien con la lógica de lo que yo había aprendido. En el estudio se hacía una arquitectura contenida, modulada, sensata y, sobre todo, de buenos resultados. Creo que es muy importante que alguien te oriente en tu comienzo profesional. Así que durante dos años aprendí muchísimo trabajando con él y, de alguna forma, Basilio se convirtió en aquel momento en un referente de lo que me gustaría llegar a hacer.

– ¿Qué era lo que más te interesaba de esa arquitectura?
Me atraía mucho la aceptación que se producía tanto por parte de la sociedad como del propio usuario. Este, sin ser experto, apreciaba su arquitectura coincidiendo con una visión muy positiva de la crítica especializada y los propios compañeros de profesión.

– ¿No te daba vértigo lanzarte a la aventura en solitario?
En solitario, pero siempre colaborando con otros arquitectos y ejerciendo, simultáneamente, de arquitecto municipal de pueblos muy pequeños. Pasé de hacer auditorios y universidades con Basilio, a tener que resolver el problema de un tapial en un huerto. Todo esto tenía un enfoque de realidad que resultaba muy estimulante. Posteriormente, salí de esta etapa y comencé a dar clases en dos escuelas de diseño locales. Un par de años después forme parte de la junta del Colegio de Arquitectos de Aragón y, a su vez, continué realizando colaboraciones. Hicimos muchos concursos y alguno resultó premiado. Sin embargo, echaba en falta el ambiente universitario, pues al no existir escuela de arquitectura en Zaragoza, tampoco se creaban muchos foros interesantes de debate arquitectónico.

– ¿Cómo se produce la incorporación de Hans Finner al estudio?
Hans apareció en una situación de efervescencia del sector inmobiliario en Zaragoza. Él, con buen criterio, vio que Zaragoza era un lugar interesante profesionalmente y decidió probar suerte. Un amigo común, nos presenta, y casi de inmediato comenzamos a colaborar. Justo en ese momento, acababa de ganar el concurso de la Escuela infantil Oliver. Así que tras su incorporación desarrollamos el proyecto. Llegó en el momento adecuado; ese proyecto superaba por diez lo que yo había realizado. A partir de ahí, fueron llegando las siguientes escuelas infantiles.

– Pero las colaboraciones no cesan…
En 2008 Hans decide regresar a Alemania, coincidiendo con el bajón de trabajo post-expo, volviendo otra vez a mi situación anterior. Con el F.E.I.L. de 2009 me adjudicaron el encargo de una nueva escuela infantil, en colaboración con el estudio Grávalos & di Monte. Así que a base de colaboraciones continuo mi andadura, ahora con un estudio un poco más grande (antes era uno, ahora somos tres), y sobre todo con mucha cooperación. Con el nuevo organigrama tengo ganas de que pasen estudiantes por el estudio, enseñando y aprendiendo, es un soplo de aire fresco.

– Y en la actualidad, ¿cómo se organiza el estudio?
La verdad es que no hemos parado de trabajar. Hemos hecho varias cosas de pequeña escala y muchas direcciones de obra, lo cual te obliga a estar presente y resolver. Debido a esto en 2009 no realizamos casi concursos. Sin embargo en 2010 hemos vuelto por este camino, tanto en solitario como en colaboración. Ahora la experiencia profesional es a nuestro favor. Mi actual socia, Marta Quintilla, empezó haciendo prácticas en el estudio mientras todavía estaba Hans y tras finalizar la carrera en Pamplona pasó a incorporarse como arquitecto del despacho. Con mi incorporación a la dirección de la ETSA USJ veía que no llegábamos, así que le pedimos ayuda a un viejo conocido, Eduardo Almalé, estableciendo un sistema de colaboración abierto. También hemos tenido la colaboración de estudiantes extranjeros en prácticas. De estos me gustaría destacar a Mario Vahos, un estudiante colombiano afincado en Trondheim (Noruega), al que le auguro un excelente futuro. En este momento el despacho volvemos a ser dos socios, con incorporaciones puntuales y la colaboración asidua externa de aparejadores, ingenieros así como de otros estudios de arquitectura

– Quizás la clave para poder mirar al futuro con tranquilidad sea el tener un buen equipo, ¿no?
Sin ninguna duda. La clave para realizar un buen un proyecto, es un buen equipo. Es fundamental hacer un buen grupo, que haya feeling. No creo en una idea unipersonal feliz, sino en una idea feliz que es suma de muchas aportaciones de los miembros de un equipo. Está claro que la arquitectura cada vez tiende más a la labor de equipo multidisciplinar para el desarrollo de los proyectos, apto para resolver diferentes propuestas en diversos ámbitos.

– Por ello el diálogo y la cooperación son fundamentales en tus planteamientos.
Pero no solamente a nivel de estudio. El diálogo con el cliente es fundamental en todas las fases. Es necesario para conseguir que una obra: sea aceptada y usada por el cliente. No sirve de nada un edificio al cual el usuario no le da vida y lo customiza. El uso puede escapar a tu control, pero no de la lógica del edificio. La arquitectura tiene que prever estas situaciones. Cuando proyectas, por ejemplo, una escuela infantil, no puedes hacerlo pensando únicamente en resolver el programa de hoy día, sino que hay que prever la aparición de otro tipo de planteamiento educacional.

– Cuéntanos un poco más a cerca de cómo vives esa relación con el cliente.
Recuerdo que en la primera unifamiliar que hice, junto a Ignacio González Olalla, la relación con el cliente era excelente y tras mucho diálogo sabías exactamente lo que quería y necesitaba. Llegábamos a ir a obra solo por el placer de ver que el cliente estaba contento imaginando en su vida en la vivienda. Había mucho tiempo para repasar los pequeños detalles. Es un tema que tal vez descuidas algo por culpa del tiempo.

– La pega es que todo cada vez es más rápido y hay menos tiempo para desarrollar los proyectos…
Eso es cierto hasta la crisis. Por el contrario, al ganar en experiencia, a pesar de tener menos tiempo, resuelves con mayor certeza y profesionalidad. Hay cosas que tienes más claras, ves qué caminos no son los adecuados y actúas de francotirador. Si evitas los prejuicios, la experiencia siempre ayuda. Sin embargo a mí siempre me ha gustado este tipo de trato. La nuestra es una profesión de servicio. Hay que adaptarse siempre a las necesidades de quien te encarga el proyecto, incluso a veces sin que él mismo las sepa. Yo creo que es interesante no hacer solo lo que el cliente quiere, sino que hay que prever lo que puede suceder.

“La nuestra es una profesión de servicio. Hay que adaptarse siempre a las necesidades de quien te encarga el proyecto, incluso a veces sin que él mismo las sepa.”

– En el Campus de la Ulzama del año pasado comentabas que te veías como un médico de familia.
Claro, yo me veía como un médico de familia en un congreso de cirujanos. Creo, que soy más como un médico de urgencias. Yo estoy interviniendo en situaciones en las que dispongo de muy poco tiempo y he de conseguir que el enfermo se recupere, realizando urbanismo a través de equipamientos básicos como escuelas infantiles, bibliotecas, etc. Hasta ahora no ha habido operaciones de grandes trasplantes ni neurocirugía.

– Pero aun así, la idea de “hacer ciudad” siempre está presente en tus planteamientos.
Fredy Massad hizo un artículo, muy amable, sobre nosotros que tituló la “sensatez como principio”. La tésis que proponía era que nosotros veníamos a desaparecer para poder crear ciudad y ser sensibles al entorno. A mí me interesa la arquitectura que propone y genera situaciones. No solo resolvemos el programa. El edificio no puede ser un ente aislado del entorno. La arquitectura no puede ser siempre icónica. El arquitecto, definitivamente, debe desaparecer en favor del usuario. La experiencia te da resolución, pero lo que nunca te tiene que dar son prejuicios. No hay que condicionar la mirada, cada proyecto ha de ser distinto y el mejor posible, aunque el programa sea el mismo. De hecho, nosotros tuvimos con las escuelas infantiles cuatro programas exactamente iguales, en la misma ciudad, y salieron cuatro proyectos totalmente distintos. La orientación, la orografía, el barrio, y nuestras ganas de analizar distintos materiales, fueron lo que hicieron que cada intervención tuviese un resultado diferente.

“A mí me interesa la arquitectura que propone y genera situaciones.”

– ¿Te animarías a contarnos cómo es tu día a día?
Os lo podría contar hasta antes de empezar con la escuela de arquitectura de Zaragoza. Ahora ya no lo tengo tan claro. En general, la organización solía ser: mañanas de dirección de obra y tarde de proyectos. Y por supuesto los fines de semana también. Y sin olvidarnos de la familia, por algún sitio consigo tiempo para no desatenderla. Pero claro, de repente aparece el tema de la Universidad de San Jorge, y todo se pone patas arriba, la noticia se nos comunica a finales de julio del 2009.

– Y tu amor por la enseñanza ¿de dónde viene?
Todo estaba ahí, son situaciones que se van desencadenando. Me reía junto a otros compañeros del Campus Ulzama (que se realizó en marzo de 2009), yo les decía que nunca había dado clase en la universidad y a los pocos meses estaba codo con codo con Félix Arranz organizando la escuela de Arquitectura de la San Jorge. ¡Qué momento para haberme quedado callado! Pero claro, por aquel entonces yo no tenía ni idea de lo que se me venía encima.

– Y el curso comenzaba en septiembre
Un hombre clave, en toda esta historia, es Félix Arranz, con quien ya había coincido en algún foro. Yo aparezco como colaborador local (director adjunto), ya que Félix tiene gran parte de su trabajo en Barcelona. Así que con mucha rapidez y bastante éxito, conseguimos un buen elenco de entusiastas profesores para comenzar el curso y generar las guías docentes de las asignaturas.

“Nos preguntábamos si esta dosis tan fuerte de arquitectura que les suministramos desde el principio, les iba a convertir en adictos o iba a provocar fallecimientos por sobredosis.”

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