7.2.2011

Arquitectura, arquitectos y el estado de la profesión

Parece que cada vez hay más publicaciones digitales que hablan de la dura realidad en que se encuentra inmerso el mundo de la arquitectura. Muchas veces, leyendo entre líneas los comentarios de artículos de medios de gran difusión, se encuentran visiones mucho más interesantes que lo que las propias publicaciones apuntan. Así que, hoy no toca hablar ni de la belleza, ni de la luz ni del espacio, esto lo dejamos para otro día. Si os animáis, vamos a por la parte menos divertida de la profesión.


La arquitectura es un mundo complicado. Una vez que eres arquitecto, tu vida da un giro de 180 grados y cambia tanto para bien como para mal. Es como un bicho que te pica y ya no te suelta, te hace ver la realidad de manera diferente y, en muchos casos, distinta al resto de los mortales. Desde que entramos en la carrera somos absorbidos por la magia de los grandes proyectos de arquitectura, pero al mismo tiempo, nos vamos convirtiendo en seres un tanto particulares y, por que no decirlo, egocéntricos. Seguramente, a las escuelas ya llegan los egos bastante subidos de tono, pero salvo raras excepciones, la propia universidad se encargará de que ese ego haga de ti un gran artista, un verdadero arquitecto. De esos que salen en el croquis y demás publicaciones de buen ver (por supuesto en papel, nada de esos endiablados blogs que hablan de cualquier cosa). A esta realidad, hay que sumar el hecho de que en las aulas difícilmente se hable nada cercano al “mundo real”. Este es un gran secreto que se encargan de guardar a cal y canto los ilustres profesores que evangelizan sobre lo que es y no es arquitectura. Así, en muchas ocasiones, convierten a los alumnos en perfectos autómatas, que si algún día hacen un museo (como los de Kahn, of course) lo harán de maravilla. Pero de momento, lo que habrán aprendido es a hacer excelentes presentaciones para que en sus ratos libres se den una vuelta por el estudio del profesor de turno y le ayuden a terminar algún concurso.

Evidentemente, el alumno no desfallecerá hasta que el concurso quede niquelado. Porque otra cosa, no, pero entregados los arquitectos (o estudiantes en este caso) son lo más de lo más. Mientras esto ocurre, el resto de la profesión no puede competir en igualdad de condiciones. Porque, si partimos de la base de que quien tiene el estudio lleno de “becarios” no es manco precisamente proyectando (una cosa no quita la otra) y tiene a los mejores alumnos haciendo “tres des”, que harán las delicias del político más exigente, el tema se presenta más que complicado. Así que, mientras esta competencia, cuando menos desleal, no asusta al entusiasta colectivo de arquitectos, el sistema parece ser asumido por casi todos. Seguimos presentándonos a concursos con bases infernales, jurados vergonzosos y sabiendo que aunque solo sea por probabilidades (una entre cien, no parecen ser muchas, ¿no?) no nos comeremos un rosco en el concurso. La realidad es que la arquitectura es importante ¡cómo no va a serlo! pero no puede ser que se realice a cualquier precio. Hasta cuándo el poco trabajo que hay para realizar planes generales, se lo seguirán repartiendo entre cuatro estudios de urbanismo que se encargan de que nadie pueda competir contra ellos a la hora de conseguir un proyecto a de escala uno mil. Es tentador entrar ahora a hablar de la inutilidad de estos planes generales, pero esto lo dejamos para otro día. Lo que nos importa hoy es poner encima de la mesa, que la arquitectura está muy bien, que a todos nos encanta (cierto es, que a unos más que a otros), pero como no nos pongamos las pilas, los arquitectos lo vamos a seguir teniendo muy crudo. Las ingenierías, mal que bien, son mucho más organizadas que nosotros.

Trabajan más rápido y son más eficientes. Sabemos que mientras alguno está leyendo esto, tiene infinitas ganas de estrangularnos, pero es así como lo vemos. Y también, vemos que para ellas es muy fácil tener algún arquitecto en sus filas (nadie se lo impide y tontas no son) y competir por cualquier encargo contra el más aguerrido estudio de arquitectura. Con esto no decimos que el sistema sea bueno, ni siquiera que nos guste, sino que es así y, en cuatro días, va a ser mucho peor. Mientras que a los arquitectos nos cuesta entregar un proyecto que no esté bordado, otros sectores saben que lo perfecto no es una meta a la que aspirar. Aquí nuevamente, nos tienta entrar en criticar los “cacharros” que salen de estos sistemas tan eficientes, pero hoy no es lo que toca. Hoy toca incidir en que si para hacer arquitectura con mayúsculas, las espaldas de algunos compañeros tienen que esquivar los latigazos del gurú de turno, nosotros nos desapuntamos del equipo campeón. Ser arquitecto y/o tener un estudio de arquitectura debería ser sinónimo de haber tenido un mínimo sentido empresarial. Pero no, el arquitecto es arquitecto, y no se rebaja a ser como el común de los mortales.

Es mucho más divertido, “apañárselas” como se pueda mientras se saca tiempo para hacer metalenguajes (muchos a posteriori), divinos decálogos y ser estrellas de la telebasura. Así creemos que está el patio. Mal, muy mal. No somos nada positivos, lo sabemos. Ni tenemos la varita mágica para que esto cambie, también lo sabemos. Y también es cierto, que nada está más lejos de nuestras intenciones, que quitar la ilusión por la arquitectura a nadie (¡Dios nos libre!). Pero para seguir hablando del sexo de los ángeles, de vez en cuando, no viene mal tocar tierra, ver como está el percal y ponerlo encima de la mesa. A partir de ahora, os pasamos el testigo y esperamos vuestra opinión sobre el tema. Seguro que alguno, mientras ya se ha apuntado a clases de alemán, corrobora nuestra visión. Otros nos tildarán de exagerados y derrotistas. Pero, aun así, nosotros pensamos que nuevos tiempos (en los que se normalizará la opinión constructiva, realista y educada, no ya de unos pocos, sino de casi todos) están por llegar.

Fuente > http://www.stepienybarno.es/blog/2011/02/01/arquitectura-arquitectos-y-el-estado-de-la-profesion/comment-page-1/#comment-1327

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